viernes, 24 de octubre de 2014

¿PORQUÉ NO SOY LIBERAL?

En conversaciones privadas con amigos sobre política noto el desencanto, la preocupación y la falta de dirección de muchos desengañados y traicionados por la política y los políticos de hoy. No saben exactamente hacia dónde dirigir políticamente sus pasos, salvo que (quizá tímidamente aún) ya no confían en los partidos llamados tradicionales, y buscan el nuevo maná en los nuevos y emergentes partidos que, surgiendo del sistema, dicen querer reformarlo o regenerarlo. Dejando a un lado el fenómeno Podemos (engendro marxista-chavista que ha sabido conectar con los problemas de la gente con un mensaje inteligentemente populista), los nuevos partidos tienen un denominador común: se identifican con el liberalismo, unos a la derecha (liberalismo conservador) y otros a la izquierda (liberalismo progresista). Y cuando les preguntas cómo se definen, ellos suelen contestar, no sé si con el conocimiento de causa suficiente, que son liberales, como si dicha ideología fuera la panacea  de la libertad y el único posicionamiento político posible. El liberalismo hoy en día tiene buena prensa (incluso en medios de izquierda) y todo aquello que no coincida con él está condenado al silencio mediático cuando no a la falsificación o la manipulación. 

Yo me propongo dar a conocer que el liberalismo no es ese maná ni esa panacea de la que hablan los panegiristas y propagandistas hoy mayoritarios y por eso voy a explicar porqué no soy liberal. Podríamos decir que el liberalismo tiene tres cabezas, el liberalismo filosófico, el liberalismo ideológico-político y el liberalismo económico. Trataré de explicar porqué no comulgo con ninguno de los tres.

Para poder comprender el error del liberalismo hay que empezar por el hombre. Como decía Aristóteles el hombre es un animal político, es decir social y Santo Tomás añade que está ordenado a la sociedad. No es por tanto una unidad económica, ni la medida de todas las cosas. Siguiendo con Aristóteles, quien es incapaz de vivir en sociedad o es un animal o es un dios. Y la primera sociedad del hombre es la familia, viene al mundo en una y se educa en su seno. Pero la familia no es autosuficiente , necesita de la sociedad: el municipio, la región, la nación. En definitiva el hombre es un ser social porque está hecho a imagen y semejanza de Dios, que convive en sociedad a través de sus tres Personas.Todo esto contrasta con el liberalismo que concibe el individualismo como valor supremo, por encima del bien común y de la razón. En efecto el individualismo liberal (eso que llaman libertad individual) concibe al hombre como un ser absoluto carente de naturaleza social. Rousseau entiende que la sociedad tiene su origen en un contrato entre individuos (el famoso Contrato Social). Es un grave error. Ese pacto es una ficción inventada, el hombre no es una especie aislada y solitaria, ha nacido para vivir en comunidad. La hipótesis del hombre solitario de Hobbes ("el hombre es un lobo para el hombre") y Rousseau ("el buen salvaje") es falsa, nacemos sociales y nacemos en sociedad.

Pero además la persona humana tiene dignidad, precisamente por ser hijo de Dios. El hombre tiene un alma que Dios crea para cada uno, es decir, no es solo materia como los animales, no se le puede manipular. El hombre ha sido creado para salvarse y tiene una serie de derechos inalienables como son el derecho a la vida (y de ahí radica el rechazo al aborto, a la eutanasia, etc. que el liberalismo en mayor o menor grado tolera) o el derecho a la verdad, que es la que nos hace libres. Estos derechos son creados por Dios, son propios de la naturaleza humana y son  anteriores al estado que debe respetarlos y defenderlos. 

El hombre nace libre, y por serlo, es responsable. Un sistema político que hace de la libertad de los individuos el bien máximo y el fin en sí (el liberalismo) termina destruyéndose y degenerando en la anarquía.  De aquí que libertades que defiende el liberalismo como la libertad absoluta de expresión (que pone en pié de igualdad la verdad y el error, el bien y el mal) o la de enseñanza (que priva a los niños de la verdad para dar paso al relativismo) sean rechazables.

Como hemos referido la primera sociedad del hombre es la familia, célula básica y fundamento de la sociedad, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, unida y abierta a la vida. Es por tanto anterior a cualquier otra sociedad y sus derechos y deberes son prioritarios. Un derecho propio y primordial es la patria potestad que no puede ser absorbida por el poder público, de ahí que esté contra la educación estatal entre otras cuestiones. Nada de esto encontramos en la ideología liberal, partidaria del divorcio, uniones temporales de pareja, uniones homosexuales, educación estatal, etc.

Pero la acción de individuos y familias por una parte y del estado por otra no es suficiente. Es indispensable el cuerpo social de las asociaciones intermedias. Sin este tejido, atacado de siempre por el liberalismo, se produce (como estamos viendo todos los días) la indefensión de individuos y familias y el estatismo exagerado que absorbe de facto a la sociedad. Hablamos de municipios, colegios profesionales, corporaciones, sindicatos...que abarcan todos los ámbitos: económico, religioso, cultural, educacional, deportivo, etc. Estos cuerpos intermedios se constituyen de abajo hacia arriba y se deben subordinar al bien común. Nada de esto vemos en la ideología y en los regímenes liberales, que han destruído la sociedad civil convirtiendo al estado prácticamente en omnipotente y opresor de toda legítima autonomía. A ello habría que añadir el poder absoluto de los partidos políticos que propicia el liberalismo, que abarca la sociedad entera. Las sociedades intermedias deberían ser autárquicas y tener su propia esfera de atribuciones. En función de lo dicho defiendo el Principio de Subsidiariedad que en román paladino quiere decir que no haga el cuerpo superior aquello que le corresponde y pueda el inferior, debiendo ayudar (subsidiariamente) el superior en aquello que no pueda el inferior. El liberalismo acabó con dicho principio. 

Hablando del estado, la autoridad se constituye a partir de la misma sociedad, y no procede del pueblo por pacto o contrato social como dice el liberalismo. Procede de Dios. Si la autoridad es constituída por la multitud (soberanía popular) de modo que legisla sin sujeción moral acontecen todos los problemas de corrupción que tanto deploramos. Esa máxima liberal que dice que lo espiritual y lo temporal son esferas separadas que no deben confundirse nos llevan a la inmoralidad política que estamos padeciendo día a día. Del mismo modo la autoridad del estado debe ser limitada, Su función no es la de asumir directa y únicamente las funciones económicas, culturales y sociales que pertenecen a otras competencias como ocurre en los regímenes liberales. 

En política el liberalismo tiene como modelo único el sufragio universal y la voluntad de la mayoría. Por tanto, desliga la mayoría de un bien moral superior de tal forma que la ley queda al capricho de la mayoría, sea o no justa: tiranía. Esto nos lleva al tema del régimen de gobierno liberal: la democracia liberal, aquella que se basa en la soberanía popular, inspiradora de la Revolución Francesa y de autores ya conocidos por el lector como Rousseau o Hobbes. En esencia es la usurpación del poder político de la soberanía de Dios, se pone al estado en el lugar de Dios como fin supremo y norma moral, destruyendo así la ley natural, legislando el estado sobre todas las cosas y asumiendo como ley cualquier deseo mayoritario de sus votantes, supeditando directamente los conceptos del bien y del mal a la voluble decisión de la masa, influenciada y manejada a su antojo por las poderosas manos que dominan los medios de comunicación. De tal manera que esa falta de moral termina por perjudicar a los más débiles de la sociedad. Por consiguiente si no existen unos mínimos principios incuestionables asumidos como previos a cualquier voluntad democrática mayoritaria, cualquier monstruosidad es posible en una democracia liberal (véase el genocidio nefando del aborto). Ese marco mínimo de principios no es otra cosa que la Ley Natural, esa "norma escrita por el Creador en el corazón del hombre" que nos permite diferenciar el bien del mal.

Como estamos viendo, el liberalismo es una ideología (sistema de ideas con fines de conquista y ejercicio del poder con evidentes intereses creados) y no una doctrina (conocimiento metafisico, moral y teologal del hombre y la sociedad, ajeno a intereses creados donde operan los principios), cuyo principal error es la postulación de la soberanía humana exenta de todo orden superior, convirtiéndola en principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad, es decir, entiende por libertad lo que es pura licencia. Por eso podemos decir que liberalismo no equivale a libertad. Es cierto que hay varios liberalismos, hoy en día está de moda hablar de neoliberalismo, pero en esencia es lo mismo.

Y como ideología que se precie tiene su sistema económico: el capitalismo, cuyo elemento moral es el materialismo práctico, que tiene unos efectos económico-sociales, según la Encíclica "Rerum Novarum" aberrantes: la acumulación de riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de una inmensa mayoría, produciéndose una disociación entre capital y trabajo, la explotación del segundo por el primero y las relaciones entre uno y otro como relaciones de fuerza y no de derecho. Finalmente la libre economía desenfrenada, tan ligada a la ideología liberal.

El capitalismo tiene su mayor fuerza en la llamada teoría de la mano invisible, según la cual el mercado se regula a si mismo, no debe intervenir ningún tipo de organismo, por eso Adan Smith decía que existía una mano invisible (como un dios por así decir) que guía a la economía capitalista y hace que la suma de egoísmos individuales, que persiguen el beneficio personal, repercutan en el beneficio de la sociedad y en el desarrollo de la economía. Según el actual papa Francisco "Algunos todavía defienden las teorías del 'derrame', que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante", y aclara" Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico". Claramente el Papa está contra el liberalismo económico y contra la desregulación. En ese sentido también tenemos la teoría de laissez faire laissez passer, que se refiere a la completa libertad en la economía, libre mercado laboral y nula intervención de los gobiernos.

Pero, como escribe Jose Maria Permuy, "en la práctica, el inmenso poder económico acumulado por los grandes capitalistas ha logrado imponer tal presión sobre los gobiernos que las legislaciones se han hecho y se hacen a favor de sus intereses y no del bien común, y en contra de los cuerpos intermedios; con lo cual, de hecho, consiguen que los Estados no se abstengan, sino que intervengan en la economía, pero a su favor, impiden la creación de marco jurídicos adecuados, y se cargan la subsidiariedad".

Otras objeciones que se pueden poner al capitalismo son que la propiedad tiene su origen en el trabajo humano, mientras que el capitalismo cree que solo el capital da derecho sobre la propiedad de los medios de producción; o que la propiedad ha de ser sin límites, sin atender al bien común; o que el capitalismo no admita el derecho de los desposeídos a participar en alguna forma de propiedad; o que el capital, que es un factor decisivo para el proceso productivo, se erige hegemónicamente en único protagonista del mismo, y dispone arbitriariamente del fruto del trabajo. El trabajo es un atributo humano y por tanto más merecedor de respeto que el capital.  Como sigue escribiendo Permuy " tanto Juan Pablo II como sus predecesores han condenado explícitamente el capitalismo moderno y contemporáneo, así como el liberalismo económico y político (no sólo el filosófico), y advertido que la injusticia y el fracaso del socialismo no hace del capitalismo una alternativa válida para la construcción de un orden social cristiano".

El gran tribuno del Tradicionalismo español D. Juan Vázquez de Mella lo explicaba muy bien, oigámosle:

 "Esa Economía había dicho que el trabajo era una mercancía que se regulaba, como las demás, por la ley de la oferta y del pedido, y la Economía social católica contesta: No; el trabajo, como ejercicio de la actividad de una persona, no es una simple fuerza mecánica, es una obra humana que, como todas, debe ser regulada por la ley moral y jurídica, que está por encima de todas las reglas económicas.


Esa Economía había dicho que el contrato de trabajo era asunto exclusivamente privado, que sólo interesaba a los contratantes; y la Economía católica contesta: No; el contrato de trabajo es directamente social por sus resultados, que pueden trascender al orden público y social; y la jerarquía de los poderes de la sociedad, y no sólo del Estado, que es el más alto, pero no el único, tienen en ciertos casos el deber de regularlo.
La Economía liberal había dicho que el principal problema era el de la producción de la riqueza, y la Economía católica contesta: No; el principal problema no consiste en producir mucho, sino en repartirlo bien, y por eso la producción es un medio y la repartición equitativa un fin, y es invertir el orden subordinar el fin al medio, en vez del medio al fin.
La Economía liberal decía: Existen leyes económicas naturales, como la de la oferta y la demanda, que, no interviniendo el Estado a alterarlas, producen por sí mismas la armonía de todos los intereses. La Economía social católica contesta: No existen leyes naturales que imperen en el orden económico a semejanza de las que rigen el mundo material, porque el orden económico, como todo el que se refiere al hombre, está subordinado al moral, que no se cumple fatal, sino libremente, y no se pueden armonizar los intereses si antes no se armonizan las pasiones que los impulsan; y no es tampoco una ley natural la de la oferta y el pedido, porque ni siquiera es ley, ya que es una relación permanentemente variable.
La Economía liberal decía: La libertad económica es la panacea de todos los males, y la libre concurrencia debe ser la ley suprema del orden económico. Y la Economía social católica contesta: No; el circo de la libre concurrencia, donde luchan los atletas con los anémicos, es el combate en donde perecen los débiles aplastados por los fuertes; y para que esa contienda no sea injusta, es necesario que luchen los combatientes con armas proporcionadas, y para eso es preciso que no estén los individuos dispersos y disgregados, sino unidos y agrupados en corporaciones y en la clase, que sean como sus ciudadelas y murallas protectoras, porque, si no, la fuerza de unos y el poder del Estado los aplasta.

Visto lo visto es fácil adivinar porqué no soy liberal: porque soy católico. En este punto algún indocumentado me dirá que si lo que soy entonces es socialista. ¡Qué atrevida es la ignorancia! No señor, la alternativa al liberalismo no es el socialismo como tanto y tanto insisten los propios liberales. Hay otra vía entre el liberalismo (insisto, en todos sus grados) y el socialismo, que es el orden social cristiano basado en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), la doctrina social más avanzada y más justa que se conoce.

Pero aún hay otra razón de porqué no soy liberal, que es la historia, maestra de la vida. Tras la guerra de la Independencia, que no sólo fue guerra contra el invasor sino también contra las ideas revolucionarias (luego conocidas como liberales) que traía, se impuso con todo tipo de irregularidades la constitución de 1812 que significó el primer paso en España del liberalismo y que es el origen de muchos de los males del s. XIX español y del que aún sufrimos las consecuencias. A partir de ahí se darían  todas las convulsiones históricas decimonónicas por todos conocidas: cuatro alzamientos liberales de 1814 a 1820 (el de Mina, el de Porlier, la llamada conspiración del Triángulo y el pronunciamiento de Lacy); alzamiento de Riego que daría paso al Trienio liberal (1820-1823): nombramiento de Mendizábal en 1835 y comienzo de su famosa Desamortización, "el mayor robo de la historia de España"; el motín de la Granja de 1836;  la revolución de 1840; en 1854 el llamado Bienio Progresista con más desamortización; revolución de 1868 llamada "la Gloriosa" , que acabaría dando paso a la I República con 4 presidentes en apenas dos años; etc. etc., todo ello aderezado desde 1834 con las matanzas de frailes y el incendio de conventos (espoleados por la masonería tan querida por el liberalismo) que se repetirían durante la II República y la guerra 1936-39.

El liberalismo significó la expropiación de tierras comunes para individualizar sus propietarios que no eran sino la élite liberal de entonces, la represión de la capacidad asociativa de grandes capas de la población, supuso la ruptura en los modos de vida tradicionales y de los lugares por imposición, introdujo en la sociedad política la oligarquía y el caciquismo y en definitiva, fue el causante de la aparición de los nacionalismos periféricos (en especial el catalán y el vasco) y del movimiento obrero social-comunista y anarquista por la injusticia que propició. Más en la actualidad no creo necesario explicar lo que ha significado el liberalismo desde la llamada transición política hasta nuestros días. Baste reseñar el clima de postración moral, social y económica en el que nos encontramos.

Por todo ello y mucho más, pues no he querido ser exhaustivo, no sólo no soy liberal sino que soy profundamente antiliberal. Sólo me quedaría, a la gente que se dice de derechas y que se proclama liberal (vuelvo a repetir, creo que sin saber muy bien lo que dice o porqué lo dice) recordarles que, como muestra el filósofo Gustavo Bueno, el liberalismo fue la primera izquierda.