viernes, 5 de octubre de 2012

PATRIOTISMO

En estos momento de franca zozobra nacional y de desafío independentista y separatista, la Conferencia Episcopal Española  se ha decidido (por fin) a hablar sobre el particular en un documento de su Comisión Permanente. En dicho texo, en su punto 12, luego de recordar un documento del año 2006 en el que decían que “reconociendo, en principio, la legitimidad de las posturas nacionalistas verdaderamente cuidadosas del bien común, se hacía allí un llamamiento a la responsabilidad respecto del bien común de toda España que hoy es necesario recordar”, añaden que “Ninguno de los pueblos o regiones que forman parte del Estado español podría entenderse, tal y como es hoy, si no hubiera formado parte de la larga historia de unidad cultural y política de esta antigua nación que es España”. Del mismo modo indican que “propuestas políticas encaminadas a la desintegración unilateral de esta unidad nos causan una gran inquietud”. “Hay que preservar la unidad, al mismo tiempo que la rica diversidad de los pueblos de España”. Dejando algún matiz que otro al margen (como por ejemplo que esa unidad cultural y política de la que hablan no se entiende sin la unidad religiosa que la hizo posible) nos parece correcta la nota, pero se nos queda corta. De tal forma que vamos a recordar aquí y ahora, siquiera sea sucintamente, la doctrina de la Iglesia Católica acerca del patriotismo:

Ya Sto. Tomás de Aquino, en su Summa Teológica (que pueden consultar los queridos lectores en esta mismo blog) habla del culto a la patria de esta guisa: "Aunque de modo secundario, nuestros padres, de quienes nacimos, y la patria, en que nos criamos, son principio de nuestro ser y gobierno. Y, por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos. De ahí que como pertenece a la religión dar culto a Dios, así, en un grado inferior, pertenece a la piedad darlo a los padres y a la patria. Y en el culto de la patria va implícito el de los conciudadanos y el de todos los amigos de la patria. La piedad se extiende a la patria en cuanto que es en cierto modo principio de nuestra existencia, mientras que la justicia legal tiene por objeto el bien de la misma en su razón de bien común”. (Suma Teológica - II-IIae (Secunda secundae) q. 101)

Y San Agustín, Padre de la Iglesia, nos dejó una serie de frases memorables acerca del patriotismo: "Ama siempre a tus prójimos, y más que a tus prójimos, a tus padres, y más que a tus padres, a tu patria, y más que a tu patria, a Dios”. “La patria es la que nos engendra, nos nutre y nos educa .Es más preciosa, venerable y santa que nuestra madre, nuestro padre y nuestros abuelos. Vivir para la patria y engrendar hijos para ella es un deber de virtud. Pues que sabéis cuán grande es el amor de la patria, no os diré nada de él. Es el único amor que merece ser más fuerte que el de los padres. Si para los hombres de bien hubiese término o medida en los servicios que pueden rendir a su patria, yo merecería ser excusado de no poder servirla dignamente. Pero la adhesión a la ciudad crece de día en día, y a medida que más se nos aproxima la muerte, más deseamos dejar a nuestra patria feliz y próspera”.

 León XIII, en Sapientiae Christianae enseña que el amor a la patria es de ley natural: “Por la ley de la naturaleza estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar hasta la misma muerte por su patria”. Y Pío XI, en la encíclica Divini Illius Magistri, afirma: “El buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno”.

 El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes y en el Decreto Apostolicam Actuositatem, aborda asimismo el tema del patriotismo: “Los ciudadanos deben cultivar la piedad hacia la patria con magnanimidad y fidelidad. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien común”. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el cuarto mandamiento se extiende a los deberes de los ciudadanos respecto a su patria (2199) “El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad”. (2239)

También  Juan Pablo II, en el último de sus libros, Memoria e identidad, dedica todo un capítulo a hablar sobre el patriotismo:

“Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo –escribe el recientemente fallecido Papa- la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber”

Pero la doctrina católica no se queda ahí, si no que también alerta sobre los pecados, por exceso o por defecto, contra el sano patriotismo. Se peca por exceso incurriendo en nacionalismo exagerado cuando el amor patrio “que de suyo es fuerte estímulo para muchas obras de virtud y de heroísmo cuando está dirigido por la ley cristiana, pasados los justos límites, se convierte en amor patrio desmesurado” (Pío XI. Ubi arcano Dei consilio); pero también se puede pecar, por defecto, de cosmopolitismo: “No hay que temer que la conciencia de la fraternidad universal, fomentada por la doctrina cristiana, y el sentimiento que ella inspira, se opongan al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria, e impidan promover la prosperidad y los intereses legítimos; pues la misma doctrina enseña que en el ejercicio de la caridad existe un orden establecido por Dios, según el cual se debe amar más intensamente y ayudar preferentemente a los que nos están unidos con especiales vínculos. Aun el Divino Maestro dio ejemplo de esta preferencia a su tierra y a su patria, llorando sobre las inminentes ruinas de la Ciudad santa” (Pío XII. Summi Pontificatus). De tal manera que ni el internacionalismo de los hombres sin patria (los llamados así mismos "ciudadanos del mundo) ni los nacionalismos exagerados son opciones legítimas para un cristiano coherente. 

Y aquí entramos en el tema de los nacionalismos exacerbados que en España existen y que les llevan a la separación e independencia con el tronco común y única patria que es España. Es importante señalar la diferencia entre nacionalismo y patriotismo. No es lo mismo, el patriotismo es el amor a la patria, amor de perfección, amor en ocasiones crítico. Sin embargo el nacionalismo es idolatría a la nación, considerándola el bien supremo y único. Por consiguiente seamos patriotas, amemos a España, su cultura, su tradición, su lengua, sus símbolos... y desterremos el insano nacionalismo idólatra. Y por supuesto defendamos la unidad nacional y combatamos el pérfido separatismo que la acecha como la serpiente que quiere cazar a la liebre. Y eso incluye, si necesario fuera, dar la vida por el honor o la integridad de la patria.

Sólo cabe, como no puede ser de otra manera, acabar este artículo con un fuerte y fervoroso ¡¡VIVA ESPAÑA!!

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