sábado, 6 de octubre de 2012

PATRIOTISMO (y 2)

Como escribe Juan B. Fuentes, "Debido a las circunstancias concretas de su formación histórica –la inexorable confluencia de los grandes reinos cristianos en su reivindicación, común e independiente, de la unidad hispánica visigótica previa frente a la invasión musulmana–, España fue adquiriendo una morfología histórica muy singular, que contrasta con la de cualquier otra nación política moderna de Europa. España, ciertamente, antes que ser una nación política más, homologable a las de su entorno, fue un proyecto espiritual (o metapolítico) universal, en cuanto que católico, de fraternidad comunitaria ilimitada entre fraternidades comunitarias locales; una fraternidad que, por tanto, no quería ni podía limitarse a sus iniciales fronteras geográficas ibéricas, sino que, movida por su propio impulso, universal en cuanto que católico, se veía impulsada a extenderse ilimitadamente por el orbe. De ahí que ya antes, pero sobre todo después, de la unificación nacional realizada por los Reyes Católicos los patriotismos locales, lejos de ser incompatibles con el patriotismo común español, siempre hayan requerido y exigido a éste como garantía de su propia existencia". 

 Efectivamente España no es una nación en el sentido liberal y jacobino decimonónico, sino una nación histórica, forjada durante siglos, primero tras la unificación religiosa llevada a cabo por el el rey visigodo Recaredo en el 589 y después tras la unificación política llevada a cabo por los Reyes Católicos. Por consiguiente no nació en 1912, como tanto proclaman actualmente los liberales desde Esperanza Aguirre a Jiménez Losantos (incluído el no rey Juan Carlos). Esto es muy importante para entender y comprender el patriotismo español, que conjuga lo universal con lo local sin arañar ni disolver el tronco común que es la patria española. Este hecho aleja absolutamente al patriotismo español de todo tipo de nacionalismo, excluyente por un lado o separatista por otro.

Los patriotas españoles entendemos la patria no como un simple territorio en el que se nace y se vive, si no que consideramos que es un vínculo espiritual que nos une a todos aquellos que la han forjado en el pasado, en el presente y que lo harán en el futuro, una fundación que recibimos, que no es nuestra y que debemos entregar íntegra y perfeccionada a los que han de venir, y finalmente una misión y un destino. Por ello se la ha de amar, pero no basta con amarla en sentido físico sino en sentido de perfección, incluso crítico cuando necesario fuera. Pero tampoco basta con amarla, hay que venerarla (como legado de nuestros antepasados), servirla y defenderla como si defendiéramos nuestra propia casa de sus enemigos, tanto exteriores como interiores. De ahí que no podamos admitir ese engendro liberal, acuñado por el PP (ignorando que es un concepto socialista) del "patriotismo constitucional" pues, como dejó escrito Gonzalo Fdez. de la Mora (cofundador de Alianza Popular, de la cual se daría de baja por motivos patrióticos precisamente),"En un país milenario, protagonista de la acción histórica de mayor envergadura después de la romanización (la europeización de América), algunos pretenden reducir su esencia a la Constitución de 1978, que es técnicamente la menos presentable del Derecho público europeo y la que con las autonomías pone en muy grave peligro la unidad nacional. Sería grotesco si no fuera demencial. El patriotismo es anterior y superior a cualquier Constitución".

Por eso, como dejó escrito García Morente en Idea de Hispanidad "la responsabilidad que a los gobernantes de una nación incumbe es realmente tremebunda; y, en ciertos momentos históricos trágica. Ellos son, en efecto, los encargados de administrar la vida común de la nación; y para cumplir su cometido debidamente han de permanecer en todo instante absolutamente fieles al estilo nacional, lo cual quiere decir, fieles a la nacionalidad, a la patria. El buen gobernante prolonga el pasado en el futuro y conduce la nación a novedades que tienen siempre el aire, el estilo de la más rancia prosapia nacional. No ha de hacer lo que él personalmente quiera, sino lo que esté dentro de la línea histórica, dentro del modo de ser nacional (...) el gobierno patriótico de una nación, consiste esencialmente en la fidelidad del pueblo y de los gobernantes al propio estilo secular, que es la propia esencia eterna. Y cuando acontece que un pueblo comete grave infidelidad a su estilo propio, entonces, este acto equivale a su suicidio como nación. La historia nos ofrece algunos ejemplos de ello. Por el contrario, los pueblos que en su vivir son siempre fieles a sí mismos, a su estilo nacional, pueden aguantar impávidos las más borrascosas vicisitudes de la historia..."

 Pues bien, ¿Encontramos alguna de esas características que nos explica muy bien García Morente en los gobernantes actuales desde hace décadas? ¿Se ha gobernado, tanto desde el gobierno de la nación como desde el gobierno de las desdichadas autonomías desde el patriotismo, con fidelidad a la esencia eterna de España? ¿Y en gran parte del pueblo, las encontramos? La respuesta no puede ser más que una: NO. Por ello asistimos a las desnaturalización de España y al desafío separatista sin armas con las que defendernos, porque los políticos y gobernantes (y buena parte del pueblo, hay que decirlo bien claro) han renunciado al patriotismo. Más aún, han actuado contrariamente al patriotismo y a la patria.

Es urgente pues recuperar el patriotismo, la idea de España, y el amor a la patria. Y para ello debemos conocerla a fondo, su historia (la auténtica, no la que nos venden), su cultura milenaria , su lengua, su tradición única en el mundo, sus héroes y también mártires, su geografía y su legado. Y combatir a sus enemigos, interiores y exteriores, para entregarla íntegra a las generaciones venideras. Sólo así, como dice García Morente al final del párrafo transcrito podremos aguantar las más borrascosas vicisitudes de la historia. Y tenemos que hacerlo nosotros, los españoles orgullosos de serlo, los patriotas, no podemos esperar nada de los políticos, salvo lo peor. Una minoría quizás, pero disciplinada, creyente y combativa pilotaremos el resurgimiento de España. Pongámonos a ello. Sin olvidar que, como decía Julio Nombela:"

“Sin tradición no hay patria y los hombres sin patria viven en el mundo condenados al suplicio del Judío Errante; llevan consigo una espantosa maldición; son el grano de arena del desierto, que, abrasado por el simoun, se agita sin saber en donde parará y abrasa a su vez todo cuanto toca”.

viernes, 5 de octubre de 2012

PATRIOTISMO

En estos momento de franca zozobra nacional y de desafío independentista y separatista, la Conferencia Episcopal Española  se ha decidido (por fin) a hablar sobre el particular en un documento de su Comisión Permanente. En dicho texo, en su punto 12, luego de recordar un documento del año 2006 en el que decían que “reconociendo, en principio, la legitimidad de las posturas nacionalistas verdaderamente cuidadosas del bien común, se hacía allí un llamamiento a la responsabilidad respecto del bien común de toda España que hoy es necesario recordar”, añaden que “Ninguno de los pueblos o regiones que forman parte del Estado español podría entenderse, tal y como es hoy, si no hubiera formado parte de la larga historia de unidad cultural y política de esta antigua nación que es España”. Del mismo modo indican que “propuestas políticas encaminadas a la desintegración unilateral de esta unidad nos causan una gran inquietud”. “Hay que preservar la unidad, al mismo tiempo que la rica diversidad de los pueblos de España”. Dejando algún matiz que otro al margen (como por ejemplo que esa unidad cultural y política de la que hablan no se entiende sin la unidad religiosa que la hizo posible) nos parece correcta la nota, pero se nos queda corta. De tal forma que vamos a recordar aquí y ahora, siquiera sea sucintamente, la doctrina de la Iglesia Católica acerca del patriotismo:

Ya Sto. Tomás de Aquino, en su Summa Teológica (que pueden consultar los queridos lectores en esta mismo blog) habla del culto a la patria de esta guisa: "Aunque de modo secundario, nuestros padres, de quienes nacimos, y la patria, en que nos criamos, son principio de nuestro ser y gobierno. Y, por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos. De ahí que como pertenece a la religión dar culto a Dios, así, en un grado inferior, pertenece a la piedad darlo a los padres y a la patria. Y en el culto de la patria va implícito el de los conciudadanos y el de todos los amigos de la patria. La piedad se extiende a la patria en cuanto que es en cierto modo principio de nuestra existencia, mientras que la justicia legal tiene por objeto el bien de la misma en su razón de bien común”. (Suma Teológica - II-IIae (Secunda secundae) q. 101)

Y San Agustín, Padre de la Iglesia, nos dejó una serie de frases memorables acerca del patriotismo: "Ama siempre a tus prójimos, y más que a tus prójimos, a tus padres, y más que a tus padres, a tu patria, y más que a tu patria, a Dios”. “La patria es la que nos engendra, nos nutre y nos educa .Es más preciosa, venerable y santa que nuestra madre, nuestro padre y nuestros abuelos. Vivir para la patria y engrendar hijos para ella es un deber de virtud. Pues que sabéis cuán grande es el amor de la patria, no os diré nada de él. Es el único amor que merece ser más fuerte que el de los padres. Si para los hombres de bien hubiese término o medida en los servicios que pueden rendir a su patria, yo merecería ser excusado de no poder servirla dignamente. Pero la adhesión a la ciudad crece de día en día, y a medida que más se nos aproxima la muerte, más deseamos dejar a nuestra patria feliz y próspera”.

 León XIII, en Sapientiae Christianae enseña que el amor a la patria es de ley natural: “Por la ley de la naturaleza estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar hasta la misma muerte por su patria”. Y Pío XI, en la encíclica Divini Illius Magistri, afirma: “El buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno”.

 El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes y en el Decreto Apostolicam Actuositatem, aborda asimismo el tema del patriotismo: “Los ciudadanos deben cultivar la piedad hacia la patria con magnanimidad y fidelidad. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien común”. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el cuarto mandamiento se extiende a los deberes de los ciudadanos respecto a su patria (2199) “El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad”. (2239)

También  Juan Pablo II, en el último de sus libros, Memoria e identidad, dedica todo un capítulo a hablar sobre el patriotismo:

“Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo –escribe el recientemente fallecido Papa- la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber”

Pero la doctrina católica no se queda ahí, si no que también alerta sobre los pecados, por exceso o por defecto, contra el sano patriotismo. Se peca por exceso incurriendo en nacionalismo exagerado cuando el amor patrio “que de suyo es fuerte estímulo para muchas obras de virtud y de heroísmo cuando está dirigido por la ley cristiana, pasados los justos límites, se convierte en amor patrio desmesurado” (Pío XI. Ubi arcano Dei consilio); pero también se puede pecar, por defecto, de cosmopolitismo: “No hay que temer que la conciencia de la fraternidad universal, fomentada por la doctrina cristiana, y el sentimiento que ella inspira, se opongan al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria, e impidan promover la prosperidad y los intereses legítimos; pues la misma doctrina enseña que en el ejercicio de la caridad existe un orden establecido por Dios, según el cual se debe amar más intensamente y ayudar preferentemente a los que nos están unidos con especiales vínculos. Aun el Divino Maestro dio ejemplo de esta preferencia a su tierra y a su patria, llorando sobre las inminentes ruinas de la Ciudad santa” (Pío XII. Summi Pontificatus). De tal manera que ni el internacionalismo de los hombres sin patria (los llamados así mismos "ciudadanos del mundo) ni los nacionalismos exagerados son opciones legítimas para un cristiano coherente. 

Y aquí entramos en el tema de los nacionalismos exacerbados que en España existen y que les llevan a la separación e independencia con el tronco común y única patria que es España. Es importante señalar la diferencia entre nacionalismo y patriotismo. No es lo mismo, el patriotismo es el amor a la patria, amor de perfección, amor en ocasiones crítico. Sin embargo el nacionalismo es idolatría a la nación, considerándola el bien supremo y único. Por consiguiente seamos patriotas, amemos a España, su cultura, su tradición, su lengua, sus símbolos... y desterremos el insano nacionalismo idólatra. Y por supuesto defendamos la unidad nacional y combatamos el pérfido separatismo que la acecha como la serpiente que quiere cazar a la liebre. Y eso incluye, si necesario fuera, dar la vida por el honor o la integridad de la patria.

Sólo cabe, como no puede ser de otra manera, acabar este artículo con un fuerte y fervoroso ¡¡VIVA ESPAÑA!!

miércoles, 3 de octubre de 2012

MARIANO RODRÍGUEZ ZAPATERO

Lo que caracteriza a un buen gobernante básicamente es su mérito, su capacidad, su eficacia, su carácter, su valentía, sus ideas claras y su patriotismo. Nada de eso encontramos en el actual presidente del gobierno, conocido por el sobrenombre de Rajao, aunque bien se le podría denominar a partir de ahora Mariano Rodríguez Zapatero.

En efecto, este hombre (aupado por los votos del descontento, de la derecha sociológica e incluso de gran parte de lo que se llama indebidamente extrema derecha) está reuniendo en su (mal) gobierno lo peor de cada una de las ideologías que entrañan ese nuevo sobrenombre de Mariano Rodríguez Zapatero. Como considero que huelga explicar porqué consideramos que este hombre no reúne las necesarias virtudes de mérito, capacidad, eficacia, carácter (y menos valentía) que necesita un buen gobernante (porque hablar de estadista es poco menos que utópico), aclararemos ese extraño (y perverso) apodo.

Por un lado nos encontramos con que sigue manteniendo erre que erre las mismas políticas de la peor izquierda: subida de impuestos, alianza de civilizaciones, adoctrinamiento en la educación, ley de memoria histórica, aborto, divorcio exprés y "matrimonio" homosexual, etc. etc. Y por otro lado pone en práctica las políticas de la peor derecha: liberalismo, conservadurismo, aburguesamiento, acomodación, capitalismo salvaje y medidas antisociales. Todo ello aderezado con la cobardía de no plantar cara a los separatistas (tanto los "moderados" como los terroristas) y su falta de arrestos para defender la soberanía e independencia de España ante los euroburócratas de la UE.

He aquí el llamado centro-reformismo, aquél que, partiendo de la peor izquierda y la peor derecha, reforma para no reformar nada.Y su máximo exponente es el presidente del PP (Partido Pusilánime) y presidente del gobierno: Mariano Rodríguez Zapatero.

Así pues, conocido ya el personaje y el partido que lo aupa, lo apoya y le da el poder, ¿A qué espera el buen y honrado pueblo español, amante de su Patria, de sus tradiciones, de su cultura milenaria, de su religión, de su historia y de su grandeza a dar la espalda de una vez y para siempre a este engendro pepero colmado, repleto, saturado de cobardes y traidores? ¿No es hora ya de continuar la historia de España allí donde la dejaron tirada en 1978 los papás de estos peperos que nos (des) gobiernan desplazando y acabando con los responsables de la ruina que estamos soportando? ¿O queremos seguir gobernados por Marianos. R. Zapateros por los siglos de los siglos?