sábado, 21 de marzo de 2009

LA CORRUPCIÓN

Vivimos en un estado de corrupción. Esto es indudable. Desde que se aprobó la ilegítima constitución del ´78 (ilegítima porque salió de unas cortes no constituyentes, recordémoslo), no se han arbitrado mecanismos para prevenir y acabar con la seguramente inherente corrupción al ser humano. Siempre que hablamos de corrupción recordamos la época felipista, pero eso es errar el tiro. Corrupción hay en todos los partidos, luego el problema está en el sistema.

Hay quien piensa que la corrupción es intrínseca al ser humano, que no hay posiblidad de acabar con ella. De ser así tendríamos que tomarla como algo natural y no podríamos hacer más que cruzarnos de brazos.

Pero no es así. Echando una mirada a la rica doctrina del Tradicionalismo político español, encontramos dos instituciones que siempre defendió el Tradicionalismo y que acabarían con el problema: el Mandato Imperativo y el Juicio de Residencia. Para los que ignoren en qué consistían sendos mecanismos los explicaré brevemente:

- Mandato Imperativo: consistía en el compromiso y la fidelidad que adquiría todo diputado elegido en defensa de las propuestas concretas (programa electoral), por las que se designó, no pudiendo actuar según criterio propio ni en beneficio propio.

- Juicio de Residencia: al terminar el periodo por el que fue elegido, cada diputado (o cargo público) debía rendir cuentas de su comportamiento público y aún moral. En tanto no se demostrase su honestidad, debía permanecer privado de movimientos y confiscados sus bienes. Asi se conocían sus bienes de forma inmediatamente anterior a su toma de posesión y de forma posterior.

No me digan que con estos dos mecanismos no acabaríamos con la corrupción en una gran parte. Primero posibilitaríamos que se cumplieran los programas electorales (cuestión que no se cumple en grado sumo), y segundo situaríamos una espada de Damocles encima de aquél cargo público que tuviera tentaciones de meter la mano en la caja o de enriquecerse, puesto que las penas serían ejemplares.

Así pues, pudiéndose como se puede, ¿Hay voluntad de acabar realmente con la corrupción? Esa es la pregunta. Y otra reflexión: los políticos corruptos se presentan a elecciones e, incomprensiblemente, les seguimos votando. ¿Qué más hace falta para que despertemos?

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